Hija de refugiados vascos de la Guerra Civil española, Carmen Aristegui se ha enfrentado a las autoridades políticas y judiciales mexicanas defendiendo la rigurosa y probada información elaborada por su equipo sobre temas como el de una red de prostitución vinculada al partido en el gobierno, casos de pederastia clerical, o el llamado caso de la Casa Blanca, una investigación que apunta directamente a un conflicto de intereses del Presidente Enrique Peña Nieto.
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Por Oleguer Sarsanedas
Ciudad de México, 26 de julio (SinEmbargo/OpenDemocracy).- La periodista mexicana y presentadora de televisión y radio Carmen Aristegui es una de las más reconocidas periodistas y líderes de opinión de México, famosa por sus investigaciones críticas del gobierno mexicano. Ella es la directora y conductora del programa de noticias Aristegui en CNN en Español, escribe regularmente para la sección de opinión del periódico Reforma, y es la impulsora de AristeguiNoticias.com, un portal de noticias y análisis.
En 2012 fue nombrada Chevalier de la Legión de Honor francesa en reconocimiento a su «lucha por la libertad de expresión y su compromiso con la defensa de quienes a menudo no tienen voz en los medios de comunicación, así como por su labor en defensa de la democracia y el estado de derecho en México», en 2016 fue elegida como una de las 100 Mujeres de la BBC y en 2017 como una de las 50 «Líderes mundiales» por la revista Fortune.
Le han sido concedidos numerosos premios por su labor, entre ellos el Premio Nacional de Periodismo (cinco veces), el Premio Gabriel García Márquez, el Premio PEN México y, recientemente, el Premio Casa Amèrica Catalunya 2017 a la Libertad de Expresión en Iberoamérica, que recibió ante una sala abarrotada de público en el Ayuntamiento de Barcelona el pasado 19 de julio – un premio extensivo, a través de su figura, a todos los periodistas de México, «un país de alto riesgo para nuestra profesión», como ella misma dice.
Sin duda: en 2017, los periodistas mexicanos Miroslava Breach, Ricardo Monluí, Cecilio Pineda, Maximino Rodríguez, Filiberto Álvarez y Javier Valdez han sido asesinados en los estados de Guerrero, Veracruz, Chihuahua, Baja California Sur y Sinaloa; y entre 2000 y 2016, 105 periodistas perdieron la vida violentamente en México, según datos de la Fiscalía Especializada para la Atención de los Delitos contra la Libertad de Expresión.
La popularidad de Carmen Aristegui en México —y más allá— es enorme, por dar voz a los mexicanos que de otro modo no serían escuchados, ni vistos, porque critican a las instituciones más poderosas del país, por explicar, celebrar y exponer lo que hay de bueno y de malo en México y en el hemisferio, y por su coraje, ejemplo para los periodistas, especialmente las mujeres.
Hija de refugiados vascos de la Guerra Civil española, Carmen Aristegui se ha enfrentado a las autoridades políticas y judiciales mexicanas defendiendo la rigurosa y probada información elaborada por su equipo sobre temas como el de una red de prostitución vinculada al partido en el gobierno, casos de pederastia clerical, o el llamado caso de la Casa Blanca, una investigación que apunta directamente a un conflicto de intereses del Presidente Enrique Peña Nieto.
—Oleguer Sarsanedas: ¿Por qué matan a los periodistas?
—Carmen Aristegui: Por razones diversas en cada lugar, pero esencialmente por lo que publican. Esencialmente por dar cuenta de asuntos relacionados con el narcotráfico, con la colusión de autoridades, por intentar revelar algún asunto importante para la localidad. Son asesinatos que impactan a estados de la República —regiones o municipios—, los hay de todos los niveles, digamos. Pero, fundamentalmente, por lo que se publica, o por lo que se va a publicar.
—OS: ¿Y quién les mata?
—CA: En México hay algunos estudios sobre el tema, de organizaciones pro libertad de expresión, que hablan de que un porcentaje importante de las muertes están relacionadas con las propias autoridades locales. Otras estarán relacionadas seguramente con el propio crimen organizado. Pero parte del drama mayor es que no hay una investigación que lo esclarezca. Todo lo que te digo es finalmente lo que uno puede suponer o intuir, pero no hay nada consistente que permita decir por qué los matan, ni quién los mató. Desde luego, la impunidad es la gran marca del asunto.
—OS: El resultado que se persigue con la violencia ejercida contra los periodistas es que desistan, ¿no?
—CA: Si.
—OS: Y tú, ¿por qué no desistes?
—CA: Porque hay que enfrentar el asunto y una de las maneras de hacerlo es seguir publicando, seguir diciendo, como la mejor arma. La mejor protección que pueda tener probablemente un periodista que tenga la condición que yo tengo, por haber participado en medios de cierto alcance nacional o eventualmente internacional como CNN es, creo yo, seguir publicando. Me parece que la mejor protección que se puede tener, si de eso hablamos, es seguir dando una batalla pública. Lo otro sería ir a esconderse a su casa.
—OS: A pesar de todo, hay gente que continua dedicándose al periodismo no solo en las grandes ciudades, sino en los pueblos, en los municipios. ¿Qué les mueve?
—CA: Nos mueve, a los que nos dedicamos al periodismo, la idea, la convicción de que el periodismo, de que la información es esencial para un país, para una comunidad, para el ser humano. Es consubstancial a los seres humanos comunicar y dar cuenta de lo que es importante para los demás. Yo estoy convencida de que a los periodistas nos mueve precisamente esa convicción de que la información es una herramienta absolutamente poderosa para una sociedad.
—OS: Pero si el periodismo podríamos decir que es un servicio público, ¿cómo se compatibiliza esto con la propiedad privada de los medios y, más aún, con la concentración de la propiedad de los medios?
—CA: ¡Qué gran dilema! Desde luego, este es el gran asunto para los medios a nivel mundial, el gran tema que desde todos los puntos de vista se tiene que plantear desde el ámbito de la democracia misma, desde el ámbito de la discusión del interés público. En muchísimas ocasiones, el diseño desde luego no abona a la libertad de expresión. Es evidente que en países como México, donde hay una hiperconcentración mediática, donde hay un duopolio televisivo, donde hay concentración en pocas manos de la radio y hay un conjunto de elementos que colocan por encima del interés general el interés corporativo, o el interés corporativo-político, o las alianzas extraperiodísticas, digámoslo así, eso afecta todo el tiempo, a cada minuto, la calidad de la información, la libertad editorial, las posibilidades de decir. Y esto es algo que evidentemente no está resuelto y los grandes conglomerados de medios se apropian cada vez más de ese elemento esencial de la democracia que es la información.
—OS: Te acaban de dar un premio a la libertad de expresión. ¿Qué es para ti la libertad de expresión?
—CA: La libertad de expresión, cuando de periodistas se trata, es la posibilidad de decir abiertamente lo que uno sabe, lo que uno investigó, lo que uno descubrió, lo que uno opina incluso, sin el temor de ser asesinado, hostigado, censurado o dañado. Poder decir las cosas que uno sabe, que uno tiene la obligación de compartir con sus audiencias sin temor a sufrir daño por ello.
—OS: Hay varias maneras de amedrentar a la prensa. A través de la violencia, por supuesto, pero hay también otras. Concretamente: tú y otros periodistas, abogados y activistas en defensa de los derechos humanos habéis sido víctimas de espionaje. Cuéntanos.
—CA: Sí, acaba de darse a conocer, a través del New York Times, una investigación que realizaron Artículo 19, una organización que se llama R3D y SocialTIC, con la colaboración científica de un laboratorio multidisciplinario de la Universidad de Toronto en Canadá, en la que se revisaron teléfonos—entre los cuales está el mío y el de mi hijo Emilio,—que en ese momento era menor de edad— y se constató que, efectivamente, nuestros teléfonos fueron infectados con un malware muy poderoso, muy caro, llamado «Pegasus», que desarrolla una empresa israelí y que, por lo intrusivo y potente que es, solamente vende a gobiernos.
El Gobierno mexicano lo adquirió y está demostrado que lo hizo, porque tuvimos acceso a las documentaciones correspondientes de cómo fue contratado: fue contratado por la Procuraduría General de la República, por el ejército mexicano y por el sistema de inteligencia, el CISEN. Lo compró el gobierno mexicano y lo usó indebida e ilegalmente en contra de activistas, de periodistas y de personas que no debimos haber sido jamás espiadas.
El Gobierno de Peña Nieto lo hizo y lo hizo con una herramienta tan intrusiva que es capaz no solamente de quedarse tus correos, tus whatsapps, tus mensajes, sino de activar la cámara y el micrófono del teléfono, con lo cual el espionaje es en tiempo real —todo el tiempo: cuando te estás bañando, cuando estás tomando un café, ahora mismo, cuando estás haciendo actividades absolutamente íntimas, privadas, o públicas— lo que sea. Es una herramienta bastante siniestra por las implicaciones que tiene.
¿Por qué el gobierno de Peña Nieto la utilizó en contra incluso de un adolescente? Eso ya te habla de unos niveles bastante descuadrados de los códigos elementales, incluso del espionaje: llegar al extremo de espiar a un adolescente para saber qué cosa salía de allí para dañar a su madre. Se trata de una conducta siniestra por parte del gobierno, que da cuenta de que no tiene escrúpulo en utilizar dinero público para adquirir algo que tendría que usar, si lo usara, contra los grandes narcotraficantes, o para investigar lo que debería investigar, y lo está usando de esta manera.
—OS: Hay otro estudio reciente, de la Universidad de Oxford, que apunta a que el gobierno de México ha estado impulsando grupos de trolls para interferir, intoxicar y manipular debates en la red sobre temas de interés público —para, en cierto modo, dinamitar la materia con la que trabajamos los periodistas. ¿Qué pueden hacer los ciudadanos si ya no se pueden fiar de las informaciones?
—CA: Esto te habla también del tipo de gobierno que tiene México, un gobierno que es capaz no solamente de espiar con Pegasus, sino de poner en marcha mecanismos de intoxicación para interferir en la comunicación espontánea de la gente. Son campañas—diseñadas, dirigidas, masivas—, que lo que buscan es, efectivamente, dinamitar el activo principal de un periodista, o de un defensor de derechos humanos, o de una figura pública que quiera hacer algo que resulta crítico para el gobierno, que es la credibilidad. Se trata de inventar historias, crear situaciones y, como dice el dicho, “difamar que algo queda”. ¿Cuál es la única posibilidad que nos resta en estos casos? Pues apelar a la propia comunicación de la gente desde ahí, que la propia gente, los cibernautas, traten de contrarrestar esas campañas que, además, se notan – bueno, son malas campañas, porque se nota que son campañas. Tienen un efecto positivo, que es que la gente las denuncia en sus conversaciones. Pero la lucha es desigual, muy desigual, porque si la gente no hace caso, el asunto corre, corre y corre y va afectando ese activo principal que es la credibilidad.
—OS: ¿Hasta qué punto puede contrarrestar todo esto la gente movilizada, con medios electrónicos, que es activa haciendo publicaciones, circulando información, apelando a la participación?
—CA: Esto es lo que están dañando, precisamente. Esto que, desde luego, es la gran esperanza. La gran esperanza es que la gente encuentre pasos horizontales de comunicación, de gran fuerza, desde los cuales movilizarse. Siempre que se habla de esos temas, recurrimos a la primavera árabe y cosas por el estilo. Bueno, desde luego que puede ocurrir algo si se le permite a la gente comunicarse libremente. Estoy segura de que si no hubiera esas interferencias tan grotescas que impiden que esto suceda, México estaría sin duda en otro punto. Pero hay estudios científicos de las redes que demuestran—geométricamente— cómo se intervienen las conversaciones. Una consultoría que se llama Atqat Mesura, por ejemplo, hizo un estudio de redes cuando se aprobó en México la reforma petrolera—una reforma impensable en un país como el nuestro, con la memoria de Lázaro Cárdenas, en que la propiedad de los recursos petroleros era algo inamovible; tanto, que Ernesto Zedillo, el ex Presidente, llegó a decir: “ni en mis sueños más salvajes hubiera imaginado una reforma como la que hizo Peña Nieto”. Este estudio se hizo en el momento en que la gente tendría que haber estado discutiendo esa reforma profunda, pero lo que ocurrió fue que no pasó nada, que pareció que no pasaba nada—fue algo inaudito, que ante una reforma absolutamente privatizadora no hubiese gente en las calles, no hubiese la revolución que se esperaba y no pasase lo que los analistas y politólogos suponían que pasaría.
Un elemento importantísimo para explicar lo sucedido fue que se intervinieron de tal manera las redes, que apenas empezaba a crearse una conversación, era atajada inmediatamente. El único espacio donde realmente la sociedad mexicana podría haberse desfogado —porque en este tema los medios estaban controlados, no había debate en canal abierto—, era precisamente el de las redes. Y lo que hicieron fue invadir las redes: en las imágenes geométricas del estudio puede verse cómo se desmontan las conversaciones: la conversación espontánea se comporta físicamente de otra manera que cuando es intervenida, y las imágenes geométricas hablan de la enorme intervención que hubo y de cómo colapsaron la posibilidad de que la gente se comunicara a través de las redes. De modo que pasó la reforma, con dos o tres expresiones críticas, pero no lo que uno esperaría en un país como México. Entonces, bueno, el problema es cómo hacemos para que los gobiernos, o los poderes interesados en que no sucedan cosas en cierto sentido, dejen de llevar a cabo esas prácticas. Yo no sé si se van a reglamentar algún día, no sé si van a impedirse, pero lo que sí sé es que la batalla es muy desigual, porque la espontaneidad de la gente no es lo suficientemente fuerte para contrarrestar todo esto. Han secuestrado también este espacio de comunicación y eso daña enormemente a la democracia.
—OS: Y a la posibilidad de que emerjan nuevos movimientos, o nuevas formaciones políticas…
—CA: Exactamente. Este es el tema principal. Porque si no, ¿dónde? Si no hay espacios públicos donde la gente pueda tener ese punto de contacto, de organización, en un país como México que tampoco tiene una tradición muy participativa que digamos…
—OS: Tú has dicho: “el gran reto para periodistas y ciudadanos es evitar que el miedo nos conquiste”. Y esto, ¿cómo se logra?
—CA: Yo digo que al miedo hay que tenerle respeto, porque es algo intrínseco a la condición humana. El miedo sirve para algo, el miedo llega a tu organismo y te está alertando de que algo malo puede pasarte. Y esto, desde luego, te lleva a redoblar tus defensas, a elevar tus rigores – en el caso de los periodistas, a elevar tus estándares para no equivocarte, o no equivocarte demasiado. Debemos utilizar el miedo para reforzar todo esto. La gran batalla es impedir que nos inmovilice, que nos paralice. ¿Cómo se logra esto? Pues es un asunto de cada uno: cada uno tiene que sobreponerse a ese miedo y sacarle provecho. El miedo no tiene que ser un inhibidor, sino un elemento vigorizante.